En otrora república independiente y puerto marítimo europeo de gran importancia, la ciudad de Dubrovnik, al sureste de Croacia, vuelve a ser después del confinamiento del mundo como consecuencia del COVID 19, una de las ciudades a la que quienes ya fueron quieren volver, y quienes no, quieren conocer.
Textos y fotografías Diana Leal K. -Medialuna Magazine
Ubicada a la orilla del celeste mar Adriático, en la costa Dálmata, y enmarcada con empinadas montanas rocosas, “La Ciudad Vieja” ha podido conservar su arquitectura renacentista y barroca que revive con grandeza artística su larga y compleja historia.
A pesar de su largo pasado de conflictos políticos, invasiones y desastres naturales, el turismo proveniente de todas partes del mundo le da a Dubrovnik una algarabia de alegría permanente.
Su riqueza histórica y cultural que se se vislumbra en su catedral y monasterio, en sus varias iglesias y templos católicos, ortodoxos, judíos y musulmanes dan ejemplo no sólo de maestría arquitectónica, sino de libertad y tolerancia religiosa.
Junto a sus reliquias religiosas se conservan también las filas de casitas de piedra y techos de barro que se enfrentan unas a otras en callejones estrechos, de escalinatas que terminan de arriba a abajo en calles de pisos de piedra pulida por los millones de pasos de sus visitantes.
En sus plazas amplias con estatuas de heroes juegan los niños con libertad y desparpajo, como si estuvieran en hora de recreo.
Para subir al muro de casi dos kilómetros de largo, o mil novecientos cuarenta metros, de cuatro o seis metros de altura, construido desde el siglo XIV se paga un boleto que permite espiar la ciudad.
Sobre el muro que protegió la cludad de sus enemigos se puede caminar, visitar sus seis fortalezas, sus torres y bastiones, y ver la intimidad de los patios de sus casitas, algunos deshabitadas, otras aun con duenos que cuelgan a secar piezas de ropa en cuerdas altísimas.
Desde las alturas se ven los habitantes felinos de toda suerte de colores y tamanos que duermen y juegan como si fueran ellos los duenos de casa, o de la ciudad entera.
Y es que la población local local ha venido abandonando la ciudad vieja en lo que algunos llaman una “catástrofe demográfica” para darle paso tal vez, o no tropesarse con las multitudes de visitantes.
La mayoria de quienes allí viven son mayores de 65 anos dicen las estadísticas. A ellos se les ve a tempranas horas del día. Se les ve aun sonrientes cuando suben y bajan con dificultad las escaleras empinadas con bolsitas pequenas de verduras o pescado que compran en la plaza local.
No se les vuelve a ver después de que llegan loso visitantes en manadas, y que hablan lenguas extranas, hambrientos de deseo por ver cada detalle de la ciudad y su pasado.
Los visitantes llenan los cafés y restaurantes, muchos de comida gourmet, o de pizza, dónde se puede saborear el aceite de oliva y los vinos provenientes de las montanas rocosas de la zona, y comer abundante pan acabado de hornear.
Los cafés y restaurantes al aire libre son atendidas por gente de la región, quienes hablan su lengua croata, o bosnia y algún inglés con acento firme.
Después de una decena de campanadas las multitudes van desapareciendo, y la ciudad vieja se queda casi sóla, silenciosa, o con el sonido del viento que sopla fuerte desde el Adriático.
El silencio se interrumpe cada hora con el sonido intenso de las campanas de la catedral, o de la iglesia de San Blas, patrona de la ciudad.
De socialismo a capitalismo: una compleja historia de resistencia y nostalgia
“La Perla del Adriático” como se le llama a Dubrovnik fue fundada en el siglo séptimo por refugiados romanos a quienes se le unieron después inmigrantes eslavos que influenciaron la cultura y sus habitantes.
Del siglo IX al XII estuvo manejada por el regimen bizantino. Después pasó a tener soberanía veneciana.
Se defendió con destreza de dictadores e invasores, hizo parte de Austria, y tuvo relaciones comerciales y de dominio con el regimen otomano, antes de su destrucción, como resultado de un gran incendio en el que murieron más de 5000 de sus habitantes.
Dubrovnik fue declarada Patrimonio Mundial de la UNESCO en 1979, cuándo aun Croacia pertenecía a la ex República Federal de Yugoslavia, de la que hizo parte desde 1918, y de su gobierno socialista que se mantuvo desde 1945 hasta 1991.
Croacia obtuvo su independencia en 1991 al tiempo con otras federaciones que hacían parte de la antigua Yugoslavia, en un proceso de alto costo político y humano, de división territorial, de violencia y guerra, y de antagonismo ideológico que dejó un sabor amargo en muchos de sus habitantes, del que tal vez aun no se reponen.
“Hay nostalgia sobre nuestro pasado. Habia empleo, había optimismo del futuro” dice una guía turística al querer resumir la opinión general de los habitantes en Croacia. Y la nostalgia y el desempleo tal vez se siente más en algunas regiones de la ex-Yugoslavia.
Afuera de la ciudad vieja también florece el capitalismo. Las orillas del mar Adriático vienen siendo acondicionadas para un turismo exclusivo por inversionistas extranjeros, propietarios de cadenas de hoteles y restaurantes atraídos por el auge de la región, entre ellos los chinos, por supuesto.
Links útiles
https://www.total-croatia-news.com/see-in-dubrovnik/16115-a-closer-look-at-dubrovnik-s-churches