A pesar del progreso impulsado en los países latinoamericanos, hoy el camino hacia adelante parece verse “enrevesado”. Así lo afirmó Jorge Galindo en un artículo -publicado en El País de España- sobre un estudio alemán que analiza la personalidad de la gente en el mundo y su respectiva influencia en el progreso de las naciones.
Por medio de encuestas realizadas en 60 países, el Instituto Alemán Briq, briq-institute buscó conocer las tendencias en la personalidad de la población con relación a temas que pueden ser definitivos en el desarrollo y futuro de sus naciones.
Vea el análisis y los cuadros presentados y publicados por El País de España.
Por ejemplo, según los datos presentados México no es un país recompensador ni altruista, y de hecho, aparece en valores inferiores para cada valor.
En Brasil, por el contrario, destacan ambas cifras sobre el resto de la región. Venezuela es dada a asumir riesgos (algo que no tiene por qué salir bien, como el mismo país ha comprobado desgraciadamente con las consecuencias presentes de sus elecciones políticas del pasado). Y Colombia no es demasiado paciente.
Pero es cuando confrontamos esos mismos valores consigo mismos que empiezan a emerger imágenes más claras.
Podríamos decir que aunque la mayoría de países latinoamericanos son más bien impacientes, algunos de ellos incurren más en el riesgo.
Y en ninguno predominan al mismo tiempo la cautela y la paciencia, algo que produciría patrones de decisiones económicas presumiblemente estables en el tiempo. Sin grandes sobresaltos, ni para bien, ni para mal.
Las naciones más confiadas suelen ser más altruistas, pero en Latinoamérica la primera condición es notablemente escasa.
Esto es importante porque sin confianza entre congéneres, el altruismo se convierte presumiblemente en una palanca lejana: no es de esperar que se traduzca en solidaridad, cooperación, cercanía de objetivos económicos compartidos.
Por último, es notable la inclinación al premio de la ciudadanía latinoamericana, algo que indica una probable creencia en la justicia.
Pero sólo en su vertiente positiva: ninguno de los países de la región tiende al castigo (al fin y al cabo, una especie de compensación del mérito negativo). Salvando a México y a Nicaragua, Latinoamérica es esencialmente recompensadora y permisiva.
El efecto que todo esto tiene sobre el crecimiento económico y su grado de inclusividad no es necesariamente obvio ni directo. Las preferencias y las actitudes encauzan (más que moldean) los recursos disponibles en determinada dirección. Sin embargo, la relación existe. Obsérvese cómo el PIB per capita aumenta a un ritmo muy similar al de la inclinación por la paciencia.
Esta correlación es más fuerte que la misma para el PIB de hace dos décadas, lo cual apuntaría precisamente al mencionado encauzamiento: la paciencia inversora canalizaría el crecimiento.
Con la desigualdad, las relaciones son menos intensas, aunque se comportan de acuerdo con lo que cabría esperar: menos paciencia, altruismo, confianza y más inclinación al riesgo van con mayor inequidad.
Es decir, modelos de comportamiento económico basados en el individualismo competitivo, en la preferencia por decisiones arriesgadas con grandes premios potenciales (pero también castigos importantes), producen sociedades menos igualitarias.
Pero hay una cosa muy llamativa en los gráficos de desigualdad y actitudes económicas: en todos ellos los países latinoamericanos están por encima de la línea que indicaría el punto medio de la relación. Significa que Brasil, Chile, Argentina o Costa Rica les toca una inequidad mayor que la explicada por factores actitudinales.
Hay toda una serie de determinantes de otro tipo que separan las rentas latinoamericanas entre sí. Algunas hasta el extremo. Esta ‘prima latinoamericana’ en la desigualdad se ve más claramente cuando ponemos todos los indicadores de preferencia en una sola fórmula y observamos el efecto aislado de cada uno, teniendo en cuenta los demás.
Cada punto extra de paciencia en la escala de tres posiciones (-1, 0, +1) reduce en cinco puntos el coeficiente de Gini (la diferencia entre la porción con más y menos ingresos de la sociedad), y aumenta en unos 30.000 dólares el PIB per capita. La propensión al riesgo tiene el efecto contrario: unos $11.000 menos, y hasta diez puntos más de desigualdad (por ejemplo: la diferencia entre España y Chile). Esto deja un mensaje poco halagüeño para aquellos que fomentan valores normalmente asociados con el capitalismo arriesgado, disruptivo: el camino lento parece albergar mejores resultados.
La inclinación a castigar y recompensar acompañaría asimismo a la reducción de inequidades, sugiriendo que un cierto grado de justicia individualizada es buena para producir un mundo más equilibrado, mientras que el altruismo tiene una sorprendente relación positiva que probablemente sea de efecto inverso: en universos más desiguales nos sentimos más inclinados a ayudar a los perdedores del juego económico.
Cada sociedad, igual que cada persona, es responsable de construir su propia brújula actitudinal. Íntimamente relacionada con la moral, lo que vemos aquí es que el resultado tiene consecuencias no sólo espirituales, sino probablemente también materiales. Latinoamérica comienza 2020 con un profundo cuestionamiento de los valores que han regido la senda económica y social de la región en los últimos años. A la luz de estos datos, quizás es una buena oportunidad para reorientar el camino propio en una dirección más acorde con la creciente demanda de mejoras que recorre el continente de norte a sur.
Fuentes de Información