Vicente Fernández y yo en el sofá de su hotel

Vicente Fernández
El ídolo de las rancheras Vicente Fernández Foto vicentefernandez.mx
Por  Diana Leal K – Medialuna Magazine

“…Así me vi yo sentada en el sofá de una habitación de hotel con Vicente Fernández. Yo y él, él y yo. Yo le preguntaba y él me respondía, de su vida, de su música, de sus amores, y al final, yo sin insistir y él sin resistirse, nos cantó a capela Mujeres Divinas…”

Durante mi vida como periodista y reportera de televisión junior, de segunda línea diría yo, pues ni era famosa, ni quería serlo, viví historias cuando andaba en busca de ellas, que no he contado sino un par de veces, en fiestas extendidas hasta la madrugada, en las que ya con varias copas de más, nada sonaba mejor que una buena ranchera, y una historia como la que quiero aqui contarles.

Todo empezó en el estadio El Campin de Bogotá, lugar con una capacidad para acoger a 35 o 40 mil personas. La diferencia en los números, creería que ni hacía, ni hace una gran diferencia.

No recuerdo que noche era, pero sin duda fue alguna de esas antes del año 2000. Cuando llegué a cubrir el evento por petición del jefe de redacción, el estadio El Campín ya estaba a reventar. El sonido de las multitudes vibraba cuadras lejos a la redonda.

El camarógrafo y yo nos abrimos paso entre la gente ayudándonos con la cámara que en ese entonces era aparatosamente grande y, como teníamos pases de prensa, pudimos, entre tropiezos y empujones, atravesar los retenes de seguridad de la gramilla, y llegar hasta la nariz, o mejor los pies de donde estaría el artista de la noche.

Y aquella noche, señoras y señores, el personaje era la inspiración de las clases populares, de los campesinos, de los trabajadores rasos, de la gente estratificada como baja de la que hace parte las mayorías, y el personaje de la noche señoras y señores era su ídolo, su compañero de juerga, de amor y de despecho.

Pasado algún tiempo el fervor de las barras subía sin necesidad de goles. Esto no lo habría logrado ninguna final de fútbol, ni un final de la Copa América, pensé yo.

A la espera del artista, que para muchos se convertía en eterna, los espectadores decidieron cantar. Sus pies eran bombos y las escalinatas de cemento los tambores, y las 35 o 40 mil voces parecian haberse unido en una sola voz, cantando esa canción que también yo había aprendido desde niña, pues la escuchaba y cantaba mi viejo.

Y volver, volver, voooolveeer, a tus brazos otra vez, yo llegaré hasta dónde estés, quiero volver, quiero volver… Parecía que nadie, ni un solo asistente se dislocaba del sonido que hacía vibrar el lugar, como si un temblor leve estuviera sucediendo.

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Cuando la impaciencia subía al tope retumbaron las trompetas, los violines sonaron a la par con la vihuela y las guitarras, y se silenció la algarabía que fue interrumpida por un gemido multitudinario “ay ay ay ayyyyyyyy”.

Había llegado el tenor,  el poeta de los pobres, el admirado, el adorado, quien con su bigote y cejas espesamente negras, cargaba sin esfuerzo su brillante sombrero de charro.

Este amor apasionado, anda todo alborotado, por volver, voy camino a la locura donde todo me tortura…

Y seguía el éxtasis

La barca en que me iré, tiene una cruz de olvido…

Por tu maldito amor, el alma se me sigue consumiendo, por tu bendito amor…

El público se embelesaba con las canciones, y el cantante con el embeleso del público.

Escuché las golondrinas al marchar, era simple coincidencia del destino, por eso es que al oír las golondrinas siempre me hacen recordar.

Parecía que no había canción que los miles no supieran. Todos cantaban y aullaban con el tenor mexicano letras de despecho, de amor, de traición, y el ídolo continuaba cantando una tras otra canción embriagado de emoción y de brandy domeqc, y la fiesta seguía y seguía, y seguía.

No creo haber asistido a un concierto tan largo. Era ya pasada la medianoche cuándo salimos del Campín, y Vicente Fernández seguía cantando. El charro estaba en su arena, con su gente, porque como siempre dije, la Colombia pobre, la Colombia rural, la Colombia antigua, no se ahora, pero antes, era muy mexicana.

Al día siguiente había una rueda de prensa a las diez de la mañana y el esperado Vicente no llegaba. Su representante presentaba disculpas cada media hora. La verdad, no estaba preocupada, pues , el programa de televisión, como yo, era de segunda línea. El magazine se transmitía los domingos, muy temprano, así que como faltaban unos días, lo que pudiera decir el ídolo de las masas iba a perder vigencia.

Después de una larga espera apareció el grande Vicente Fernández, con su enorme sonrisa que dejaba ver sus dientes blancos y bien alineados. Preguntas fueron y vinieron de los diarios, radio estaciones, noticieros matutinos. No había forma de que sus respuestas se mantuvieran frescas hasta el domingo, así que cuándo terminó la rueda de prensa decidí seguirlo a su habitación.

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No era tarea fácil, no había mucha esperanza. Debía pasar varias barreras de seguridad, guarda espaldas, representantes, en fin. Logrado lo primero y ya en la esquina del corredor de su habitación, asomé la cabeza. El camarógrafo me seguía, pero nos hacía falta por pasar a los últimos guardias.

— Usted no puede pasar— me dijo uno hombre corpulento vestido de traje oscuro cogiéndome por el brazo. La orden fue tan sonora que el personaje buscado se asomó por la puerta de su habitación para ver que sucedía.

¡Déjenla pasar! — ordenó el tenor.

Así me vi yo sentada en el sofá de una habitación de hotel con Vicente Fernández. Yo y él, él y yo. Yo le preguntaba y él me respondía, de su vida, de su música, de sus amores, y al final, yo sin insistir y él sin resistirse, nos cantó a capela, a mí y a las pocas o muchas mujeres que vieron el programa dominical la canción completa que no puede faltar en ninguna serenata de amor dedicada a una mujer en América Latina.

Mujeres, oh mujeres tan divinas
No queda otro camino que adorarlas
Mujeres, oh mujeres tan divinas
No queda otro camino que adorarlas …

Descanse en paz querido maestro. ¡Gracias por toda la inmensa alegría que le dio al pueblo sencillo y humilde latinoamericano!

Vicente Fernandez nació en Huentitán El Alto, Jalisco, México el 17 de febrero de 1940. Grabó cientos de canciones y álbumes acomapañado pro magistrales mariachis, ganó todos los premios, cantó en los mejores escenarios, y lo que más preció el charro, tuvo el amor de millones y milones de mexicanos y latinoamericanos que lo hicieron, además de su voz, el Rey de las Rancheras.  Fernández falleció el pasado 12 de diciembre de 2021, a sus 81 años de edad.

https://www.youtube.com/watch?v=MYbzChEJXj4

Lea su biografía en inglés aquí https://vicentefernandez.mx/en/biography/

 

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